La Concepción
El alma de la tierra se quejaba a Brahma diciéndole: “La raza de los gigantes, los hijos de la impiedad, se ha multiplicado hasta lo infinito. Su orgullo es insoportable y yo gimo en la opresión, bajo el peso de su iniquidad: ¡Ven en mi socorro, oh Brahma!”.
Entonces Brahma, acompañado de todos los dioses, se trasladó cerca de aquel mar misterioso, cuyas olas son de leche, y sobre el cual Vishnú reposa en la gloria y la beatitud. En pie sobre este mar resplandeciente de blancura, Brahma meditaba y se adoraba en la divina Trimurti; después revelando los misterios de la voluntad suprema, dijo: “Vishnú va a hacerse hombre”. entonces Brahma le dijo: “Tú te harás hombre a fin de contribuir a su gloria; y triunfará de ti, así como de la fatalidad, tu hermano. Se denominará a Khrisna, es decir, Azul, porque será hijo del cielo. Sabios y patriarcas, retornad a la tierra para adorarle; haceos pastores, porque será un pastor.” ¡Oh! ¿Quién podrá hablar dignamente de las acciones de los Dioses que comprenden esta historia divina, estarán como sumergidos en un océano de delicias. Los males del mundo y los por venir nada podrán en contra de ellos. Este Hombre-Dios de grandes ojos llenos de majestad se adelanta; la sonrisa se dibuja en sus labios, una señal se halla en medio de su frente y sus cabellos rizados flotan sobre sus sienes. Los que le han contemplado una vez no quieren dejar de admirar sus ojos.¡Quiera que el recuerdo de este Dios,de este niño pastor, criado entre bueyes y corderos, se halle siempre presente en todos los espíritus del cielo y de la tierra!.

La Natividad
Kansa rey de Madura, habiéndose enterado de que la hermosa Devaki, esposa de Vassudeva, debía dar al mundo un niño que reinaría algún día en su puesto, resolvió matar al niño tan pronto como Devaki llegase a ser madre.
Sin embargo, llegado el tiempo, Vishnú iluminó a Vassudeva con su luz, y ésta
reflejó y concentró esta luz en el casto seno de Devaki.
Devaki llegó, pues, a estar encinta de una manera completamente celestial y sin las obras ordinarias del hombre.
Kansa entonces, la hizo aprisionar, pero cuando llegó la hora del nacimiento de Khrisna, se abrió la prisión, por sí misma y el Niño-Dios fue transportado al establo de Nanden, en medio de los pastores.
Brahma, Shiva y los demás dioses acudieron a adorarle en aquel humilde asilo, y le cubrieron de flores. Los ángeles Gueadaruver cantaban, danzaban y hacían oír conciertos con los más melodiosos instrumentos. Todas las estrellas y los planetas tenían un aspecto feliz. Vassudeva se prosterno ante aquel hijo divino, le adoró, y le dijo: “¡Oh, vos, el engendrado de Brahma y que habéis nacido entre nosotros, henos aquí aprisionados en un cuerpo mortal, formado por el destino, y sometido a los accidentes de la materia, vos que sois inmaterial e inaccesible a la muerte, he aquí que se acerca la hora en que Kansa venga a mataros, haced que podamos salvaros la vida y salvarnos nosotros mismos!”. Devaki recitó casi la misma plegaria; entonces Khrisna abrió la boca y habló. Confortó a sus padres, les revelo altos destinos, y habiéndoles prometido la beatitud eterna, les recomendó silencio y se comportó como los demás niños.

La Degollación de los Inocentes
Sin embargo, Kansa prevenido de la libertad de Devaki, corrió, a la prisión y creyó verla allí acostada con el niño cerca de ella; un asno que estaba próximo, empezó a rebuznar y el tirano creyó que aquello era un aviso del cielo. Desenvainó su espada. Devaki le expresó vanamente que lo que creía niño, era una niña. Kansa lo arrojó a lo alto y levantó su espada, a fin de recibirle en su punta; pero el niño, cerniéndose sobre su cabeza, le gritó: “Soy la Fatalidad, tiembla; tu futuro vencedor se ha ocultado en un retiro inaccesible y en adelante, hasta la hora de tu castigo, quedo suspendido sobre ti”. Entonces Kansa tuvo miedo y se prosternó a los pies de Devaki, ofreciendo presentes y dejándola en libertad de retirarse donde quisiera con Vassudeva. Mientras tanto, Khrisna crecía y permanecía oculto.
Kansa, no obstante, estaba torturado por el temor; se enfureció y ordenó en todos sus estados la degollación de los niños recién nacidos.
Sólo el joven Khrisna escapó a los asesinos. Los gigantes del mal, por su parte, también se conjuraban para su perdición. Un día vinieron bajo la forma de un carro terrible que rodaba impetuosamente y se venía sobre él para aplastarle. Khrisna le puso el pie, sonriendo, y en cuanto su pie tocó al carro, toda la horrible máquina se rompió y los restos cayeron en torno del divino niño sin tocarle.
Otro gigante, corriendo con la velocidad del viento arrebato a Khrisna, lo colocó sobre sus espaldas y le arrojó en medio del mar para ahogarle, pero el niño divino se hizo tan pesado, que el gigante, encorvado bajo el peso, se ahogó y Khrisna volvió a tierra, caminando sobre el agua.
Historias análogas a los Evangelios de la infancia
Khrisna en su infancia, queriendo parecerse a los otros hijos de los hombres, hacía a veces travesuras que asombraban a sus mismos padres, pero que siempre terminaban beneficiando a alguno. Así, un día se apoderó de las ropas de varias jóvenes que se bañaban, y estás para recuperarlas tuvieron que permanecer inmolo, con los ojos elevados al cielo y las manos unidas sobre su cabeza. De esta suerte las hizo avergonzarse de su inmodestia, enseñándoles al mismo tiempo la actitud de la plegaria. Se apoderaba de la leche y de la mantequilla de los ricos para dársela a los desgraciados. Un día, para castigarle por esa acción, le habían encadenado a un muela de un molino; entonces rompió la cadena, levantó la muela y la lanzó contra los grandes árboles, que se rompieron al choque. Pero de aquellos dos árboles salieron dos hombres que adoraron al niño y le dijeron: “¡Alabado seas, Oh, tú nuestro salvador!. Somos Nalaconben y Manierida, que en castigo de nuestras faltas estábamos encerrados en estos árboles y para que fuéramos libres era preciso que Dios viniese a romperlos”. Otro día, el fuego hizo presa en los árboles y en las mieses; el joven Khrisna entreabrió la boca sonriendo y aspiró suavemente la llama. El fuego entero, separándose entonces de la tierra, fue a extinguirse en los bermejos labios de Khrisna. Brahma, para probarle, había ocultado el ganado confiado a su custodia. Khrisna hizo ovejas de barro y las animó. Brahma se declaró vencido y le devolvió el ganado que había escondido, proclamándole el creador y dueño de todas las cosas. Poco tiempo después, los animales y los pastores, habiendo bebido agua del río de Colinady, murieron porque Nakuendra rey de las serpientes, vencido por Guéronda, príncipe de los Misans, se había refugiado en las aguas de aquel río. Khrisna descendió allí; enseguida el rey de las serpientes se precipitó sobre él y le envolvió en sus anillos, pero Khrisna se libró de ellos, obligando al reptil a encorvar la cabeza, subiéndose sobre ella y permaneciendo en pie en medio de las aguas, empezó a tocar la flauta. Al punto, pastores y ganados que habían muerto, renacieron a la vida. Vishnú otorgó su gracia a la serpiente, que habiendo perdido su veneno no podía dañar más; pero le ordeno que se retirase a la isla de Ratnagaram.

El Bautismo
Devendra, dios de las aguas, creyendo que a causa de Khrisna se descuidaba rendirle los honores debidos, hizo llover durante siete días y siete noches, para sumergir las campiñas de los pastores; pero Khrisna, levantando con una sola mano la montaña de Gavertonam, la interpuso entre el cielo y la tierra. Devendra reconoció entonces su impotencia, y prosternándose ante Khrisna, le dijo: “¡Oh, Khrisna!. ¡Sois el Ser Supremo, no tenéis ni deseo ni pasión; sin embargo, obráis, como si los hubieseis experimentado. Protegéis a los justos y castigáis a los malvados. En uno de vuestros instantes un número infinito de Brahmas han pasado ya!. ¡Salvadme, Oh vos, cuyos ojos tienen la dulzura de la flor del tamarindo!”. Khrisna sonrió y le respondió: “¡Oh, príncipe entre los dioses; os he humillado para haceros más grande. Porque yo rebajo al que quiero salvar; sed dulce y humilde de corazón!”. Devendra repuso: “Tengo orden de Brahma de consagraros y reconoceros por Rey de los Brahmanes, por el pastor de las vacas y por el Señor de todas las almas que cultivan la paz y la dulzura”. Después se levantó, le dio la unción santa y le nombró pastor de los pastores.

El Cantar de los Cantares
Khrisna tocaba la flauta pastoril, y todas las jóvenes le seguían. Para oírle, abandonaban las jóvenes las casas de sus madres. Y Khrisna les decía: “¡Oh, mujeres! ¿No teméis la cólera de vuestros esposos? Jóvenes ¿no teméis los reproches de vuestros padres?. Regresad cerca de los que deben estar celosos de vuestro amor”. Y las mujeres decían y respondían las jóvenes: “Si abandonáramos por un hombre a nuestros padres y a nuestros esposos, seríamos criminales, pero, ¿cómo los mortales pueden estar celosos del amor que nos arrastra hacia un Dios”. Entonces Khrisna, viendo cuan puros eran sus deseos, les dio toda su ternura. Las colmó de sus divinos brazos y todas a la vez fueron dichosas, pero cada una de ellas creía ser la única compañera fiel y la casta esposa de Khrisna.

La Transfiguración
En la ocasión de un sacrificio debían celebrarse grandes fiestas en Madura, y el rey Kansa invitó a ellas a Khrisna para tener ocasión de matarle. El gigante Acrura vino ante él con su carro, sobre el que Khrisna no desdeñó subir. El río de Emuney se hallaba en el camino, y Acrura, habiendo descendido para bañarse, vio en el espejo de las ondas a Khrisna, resplandeciente de pura claridad. El Dios tenía en la frente una triple diadema. Sus cuatro brazos estaban cargados de brazaletes de perlas. Ojos resplandecientes brillaban como pedrerías en todo su cuerpo, y sus manos se extendían por todas partes hasta los límites del Universo. El corazón de Acrura cambió entonces, y cuando halló de nuevo a Khrisna sentado tranquilamente en su carro, le adoró sinceramente y deseó que pudiera escapar a las asechanzas que le tendía el viejo Kansa, y que saliera definitivamente victorioso de las peligrosas pruebas.
La Entrada Triunfal
Khrisna hizo entonces su entrada en la real ciudad de Madura. Estaba, pobremente vestido, como lo están ordinariamente los pastores, y al punto encontró esclavos que llevaban en un carruaje las vestiduras del rey. “Las vestiduras del rey son las mías” – dijo Khrisna -, pero los esclavos se mofaron del él. Entonces extendió las manos y cayeron muertos; el carruaje volcó y los vestidos fueron por sí mismos a colocarse a los pies de Khrisna.
Entonces todos los habitantes de la ciudad acudieron a ofrecerle sus presentes. Los vasos de oro y plata, las más preciosas alhajas sembraban el camino que había de recorrer; pero no se dignó descender para recogerlas. Un pobre jardinero, llamado Sadama, llegó a su vez y ofreció a Khrisna sus más hermosas flores. Entonces el Dios se detuvo, cogió aquella ofrenda del pobre y preguntó lo que deseaba en cambio. – Pido que tu nombre sea glorificado – dijo Sandama -. Pido – añadió – que el mundo entero te ame, y por lo que a mí toca te suplico que me hagas cada vez más sensible a las quejas de los desgraciados”. Khrisna entonces notó que amaba a Sandama y fue a descansar algunas horas en su casa.
Khrisna triunfa de todos los gigantes
Kansa pereció queriendo matar a Khrisna, y el joven Dios sacó de la prisión al padre
de Kansa y le devolvió el reino que su hijo le había usurpado; después regresó a la soledad y se entregó al estudio de los Vedas; los gigantes le hicieron la guerra y fueron vencidos todos. Un día habían rodeado con fuego la montaña a la que se había retirado, sitiándola con innumerables fuerzas; Khrisna se elevó sobre las llamas y, haciéndose invisible, pasó en medio de sus enemigos y se retiró a otro lugar.

Sin embargo, estaba escrito en el cielo que Khrisna debía morir para expiar los pecados de su raza. Sus padres eran de la tribu de los Yadawers, que debía llegar a hacerse numerosa hasta cubrir la superficie del mundo. Pero orgullosos de su número y de sus riquezas, insultaron a los profetas de Yxora, y el Dios temible hizo caer en medio de ellos un cetro de hierro, diciéndoles: “He aquí la vara que quebrará el orgullo y las esperanzas de los Yadawers”. Consultaron a Khrisna y les aconsejó hicieran derretir y convertir en polvo la vara de hierro. Se hizo así y la vara de hierro se arrojó a las aguas, pero ocurrió que una partícula aguda escapó a la disolución del cetro. Habiéndola tragado un pescado, fue herido por ella y se dejó coger por un pescador que retiró el anzuelo de una flecha, y todo esto se hizo por la voluntad de los dioses, que para la salvación del mundo y la liberación de Vishnú preparaban la muerte de Khrisna.
Discurso antes de la Pasión
También se cuenta que una mujer fea y contrahecha llevando un vaso de aceite perfumado de gran precio, lo esparció en la cabeza de Khrisna. En seguida desapareció la fealdad de aquella mujer, sus deformidades se borraron y se marchó dotada de hermosura maravillosa. Sin embargo, se acercaba la hora del gran sacrificio; los prodigios aparecieron en el cielo y en la tierra. Los buitres gritaban en pleno día, y los cuervos graznaban durante la noche, los caballos vomitaban fuego, el arroz crudo germinó, el sol se tiñó de diversos colores.
Khrisna amenazó a los Yadawers con una destrucción próxima y les aconsejó abandonar su ciudad para escapar a los azotes que iban a sufrir; pero no le escucharon, y habiéndose dividido entre sí, se armaron de cañas puntiagudas como cuchillos, que habían nacido de la barra de hierro reducida a polvo y arrojada a las aguas. Se había pulverizado el cetro del despotismo, pero de su polvo habían germinado la guerra y la anarquía. Khrisna tenía un discípulo favorito, llamado Ontaven. Este discípulo le pidió algunas instrucciones de las que se pudiera acordar y Khrisna le dijo: “En siete días la ciudad de Danvareguay será destruida. El Kali-yuga va a comenzar. En esta nueva era los hombres serán malvados, mentirosos y egoístas. Serán débiles de cuerpo, enfermizos y de corta vida; así abandonad completamente el mundo y retiraros a la soledad; allí pensaréis siempre en mí, abandonaréis los placeres del mundo y ennobleceréis vuestras almas por una meditación concentrada. Aprended a vivir con el pensamiento; sabed que el Universo está en mí y que no existe sino por mí, triunfad de Maya que es la ilusión de las apariencias; procurad la amistad de los sabios, que yo estoy en vosotros, y vosotros en mí. El que renuncia a la vanidad del mundo por la verdad que concede la sabiduría, atraerá hacia él la luz divina. Su corazón será puro como el agua, y reflejará mi imagen”. “Renunciad al deseo de propiedad por las cosas temporales: es el primer paso en el camino de la perfección; por medio de este desligamiento absoluto es como pueden ser combatidas las pasiones”. “El alma es la soberana de los sentidos, y yo soy el soberano del alma”.
“El espacio es mayor que los elementos, y yo soy mayor que el espacio”.
“La voluntad es más fuerte que los obstáculos, y yo soy el dueño de la voluntad”.
“Brahma es mayor que los dioses y yo soy más grande que Brahma”. “El sol es más luminoso que los demás astros, y yo soy más luminoso y más vivificante que el sol”. “En las palabras, yo soy la verdad; en las promesas, yo soy el que ordena no matar a nada de lo que tiene vida; en la limosna, yo soy la del pan; en las tentaciones, soy la primavera que vivifica; la verdad, la sabiduría, el amor, el bien, la oración, los Vedas, la eternidad, son mis imágenes”. Habiendo recibido Ontaven estas instrucciones, se retiró al desierto de Badary.
La muerte de Khrisna
Khrisna volvió entonces hacia los Yadawers, que eran los de su raza, y encontró que se habían matado mutuamente. El país que había ocupado sólo era una campiña cubierta de cadáveres. Levantó los ojos y vio las almas que había amado en la tierra volver al cielo. Entonces, encontrándose solo y triste, se echó al pie de un zarzal misterioso que profundizaba en la tierra sus poderosas raíces y retorcía a los lejos sus ramas, cubiertas de hojas rojas y de espinas. Khrisna se tumbó sobre las raíces del zarzal; uno de sus pies estaba colocado sobre el otro, y, de sus cuatro manos, dos estaban extendidas en oración y las otras dos unidas para la plegaria. Entonces le alcanzó una flecha; una flecha lanzada al azar por un cazador y que vino a clavar el zarzal a los pies unidos de Khrisna. Aquella flecha era la que había sido herrada con el fragmento agudo del cetro que Khrisna había quebrado. Era la postrera venganza de la tiranía y de la muerte.

Apenas hubo expirado cuando los tronos injustos se derrumbaron por sí mismos; su cuerpo desapareció de pronto y se volvió a hallar, por milagros, en Geganadam, donde se le elevó un templo y se le adoró más tarde bajo el nombre de Jagrenat. Esta leyenda está extractada del Baghavadam, uno de los Puranas, libros sagrados de los hindúes, a los que se atribuye la más remota antigüedad.
El libro de los Esplendores, Eliphas Levi