
Como si de un compás se tratara, el diagrama establece cuatro burbujas y un único centro en común, el presente en constante cambio. Las burbujas, como membranas virtuales, representan los límites de los (nuestros) distintos dominios. El centro somos nosotros, polvo de estrellas.
Radicalismo y visión cósmica a la que llegó el arquitecto Paolo Soleri la última década de su vida: una dimensión comunitaria en la propia cotidianidad. Una conclusión que puede servir como inicio, una guía entre tanta niebla.
Todos vivimos en nuestra propia burbuja idiosincrática, la persona-burbuja, contaminada siempre por el resto. Dado por sentado que todas andan en búsqueda de la gracia, y dado el carácter utópico de la autosuficiencia, la búsqueda sólo puede ser colectiva.
Soleri trabajó toda la vida en ese sentido, construyendo una nueva sociedad en la que cada individuo, en conciencia de sí mismo, de los otros y de las cosas, pudiera generar una serie de relaciones complejas beneficiosas que reconstruyeran la unión con el ambiente, el cuál es espacio, aire, sol, luz, atmósfera, tierra, seres…La crisis que atraviesa la sociedad moderna y el modo de vivir y de pensar, nuestro modo de producir, de desperdiciar y de consumir ya no son compatibles con este esquema, con los derechos del pueblo y con las leyes de la naturaleza.
Humanidad enferma, sociedad en bancarrota, burocratización exasperada, masificación electrónica, manipulación genética, procreación biotecnológica, ecología destruida, marginación de las minorías, globalización de la sociedad a través de internet, continuo aumento demográfico, militarización de los países del tercer mundo, homologación, miedo de lo nuevo, xenofobia, racismo, consumo acelerado, alejamiento de la conciencia de la transformación de las cosas…
Sólo queda reconocer nuestro exasperado individualismo como nocivo para el bien de la sociedad y por tanto encorajar las líneas comunes de comportamiento en contra del materialismo que destruye la vida.
La opción de Soleri se opone a la expansión descontrolada y a su inherente consumo y desperdicio de tierra, energía y tiempo, lo que se traduce en una marcada tendencia a segregar comunidades y aislar personas. Por el contrario, la complejización y concentración de actividades y estructuras permitiría una notable conservación y provecho del suelo, la energía y los recursos generados por la sociedad.
No se trata de una unión del espacio en base a una producción capitalista, el cuál es un proceso extensivo e intensivo de banalizaciones. De hecho, la circulación actual humana se ha convertido en un consumo (el turismo), que se reduce fundamentalmente a ir a ver eso que se ha vuelto banal. Un espectáculo, según Guy Debord. La misma modernización que ha eliminado el tiempo en el viaje también le ha excluido de la cualidad de espacio: una sociedad que suprime la distancia geográfica pero asume interiormente la distancia en cuanto anulación de las relaciones entre las personas.
(…)las necesidades básicas del hombre, entonces,se convierten en posibilidades de construir.
Is not an utopia, is the city in the image of man: arcology

por Miguel Ángel Gorrochategui Ramírez