Tres grandes religiones florecieron en la China precomunista. La primera de ellas, el confucianismo, es una doctrina austera que preconiza como norma fundamental el “hacer lo debido”. Es una filosofía aristocrática, de gran atractivo para muchos intelectuales.

La segunda, el budismo, se dividía en un gran número de escuelas diferentes y con frecuencia en pugna entre sí, desde las fundadas en sistemas lógicos y racionalistas a las que predicaban el estricto anti-intelectualismo que más tarde diera lugar al budismo zen de Japón, tan popularizado actualmente en el mundo occidental.

La tercera, el taoísmo, fe de la gran mayoría china y según reza una inscripción, “la antecesora de todas las doctrinas, el misterio más allá de todos los misterios” es solo comprensible a un nivel intuitivo; “el Tao que puede ser traducido en palabras no es el Tao perdurable“.
La más sagrada y básica de las escrituras taoístas era el Tao-te-Ching, el Libro del Tao. Esta obra, atribuida a Lao-Tse, sabio nacido el año 640 antes de nuestro milenio, es la más breves de las escrituras sagradas del mundo. Sin embargo, pese a su brevedad, el Tao-te-Ching expresa doctrinas tan profundas y complejas que ha suscitado numerosos comentarios y tratados explicativos, que ya en el siglo VII de nuestra era se cifraban en no menos de 4500. Tal es el legado de las escrituras, que dentro de la misma doctrina, encontramos desde la acupuntura hasta las artes marciales chinas como representación o derivaciones del taoísmo.

Los valores taoístas se oponen a la acción y a los logros materiales, “el poder y la erudición van acumulando más y más al propio ser; el Tao va quitando día a día”. La pasividad se considera una cualidad deseable: “el rigor es muerte, ceder es vida”. La ley y el orden son obstáculos para el Tao; “a medida que las leyes aumentan, aumentan también los crímenes”. Este popular relato taoísta ilustra hasta que punto puede llegar este rechazo de las cosas materiales:
Un joven inteligente observa a un anciano campesino que riega su cosecha mediante el tedioso procedimiento de sacar agua de un pozo, cubo a cubo, y llevarla hasta los campos. El joven le describe un sencillo mecanismo que acarrearía el agua directamente desde el pozo hasta los sembrados. -Conozco ese mecanismo- dice el anciano-, pero aquellos que emplean instrumentos arteros pronto comienzan a practicar costumbres arteras, y un corazón artero es un obstáculo para la pureza del pensamiento. Aquellos cuyos pensamientos son impuros tienen el espíritu turbado y dejan de ser vehículos dignos para el Tao.
Para el adepto Tao todo forma parte de todo lo demás. La realidad no es rígida e inmutable, sino que cambia continuamente. El río en el que nos sumergimos ayer no es ya el mismo en que nos bañamos hoy; el universo es un molde en movimiento, nada es permanente. Únicamente siendo consciente de su propia naturaleza fluctuante y abandonando el mito de un “yo” único e invariable, puede el hombre alcanzar la liberación espiritual que lo convertirá en digno vehículo del Tao.
El taoísmo se basa en la idea de que las energías del universo pueden clasificarse en dos grupos, Yin y Yang, que exponen la dualidad de todo lo existente en el universo. El primero es pasivo, acuoso, relacionado con la luna: energía femenina (Yin). El segundo es activo, fiero, relacionado con el sol: energía masculina (Yang). El intercambio de yin y yang siempre ha tenido objetivos profundos y serios, “la transmutación del plomo en oro”. En otras palabras, la elevación de la energía sexual de un individuo a un nivel en que aproxime al puro e indiferenciado Tao.

El I Ching, o el Libro de las Mutaciones, es un oráculo, es decir, un libro que facilita respuestas a preguntas, en la actualidad difundido ampliamente en Europa y América, sobre todo a través de la traducción prologada por el eminente psicólogo C. G. Jung. Los primeros textos del I Ching se suponen fueron escritos hacia el 1200 a.C. y es uno de los cinco clásicos confucianos. El libro contempla tanto el pasado como el futuro como realidades dinámicas, sometidas a flujo continuo nunca idénticas en dos instantes determinados. Por consiguiente enumera una serie de posibilidades: si actúas de esta forma o de la otra, ello dará lugar a tales y tales resultados.

El libro de las mutaciones. Neil Powell